Esta es la crónica del encuentro con una lideresa de la comunidad shipibo-konibo de Cantagallo, Rímac (Lima). La criticada decisión del alcalde Luis Castañeda de abandonar el proyecto Río Verde y desviar sus fondos a la construcción de un by-pass en el centro de la ciudad ha dejado en suspenso el futuro de 226 familias de esta etnia. Su reubicación en unos terrenos de San Juan de Lurigancho, prevista en la recuperación de la ribera del río Rímac, es ahora una incógnita.
Senen Jisbe

Me llamo Olga, Olga Mori, pero mi nombre en nuestra lengua shipibo-konibo es Senen Jisbe. Soy miembro de la comunidad de más de quinientos shipibo-konibo que vivimos en Cantagallo, en el Rímac. Los primeros llegaron a Lima hace quince años para la Marcha de los Cuatro Suyos. Y se quedaron. Yo vine hace nueve, desde Yarinacocha, en Ucayali. Seguí a mi hijo Delsio —yo le llamo Sani, en nuestra lengua—, que ya trabajaba aquí. Traje mis artesanías y me quedé, como otras muchas mamás. Los shipibo-konibo de Cantagallo hemos construido nuestras casas sobre una montaña de relleno sanitario. Y eso no es sano. Cuando llueve, todo es barro, está sucio, y los niños se enferman. La alcaldesa anterior nos prometió llevarnos a otro lugar. El alcalde nuevo nos ha abandonado. Somos humanos, tenemos nuestros derechos y leyes que nos amparan. ¿Por qué nos trata así?

Hoy ha venido a verme un hombre de ojos claros y barba blanca. Es periodista. Quería fotografiar los murales que algunos jóvenes hicieron hace tiempo en las paredes de nuestras casas. Le he dicho que ya no dejamos que pinten sobre ellas, porque no entendemos esos dibujos, ni esas letras que escriben. Además los niños se asustan y tienen pesadillas por las noches. 

Le he hablado de mi vida. Le he contado que para ir a Pucallpa, la capital del departamento, desde mi comunidad, Callería, nos demorábamos ocho horas en bote motor. Y que quería estudiar para no ser pobre y para ser libre, pero mis padres me casaron a los quince. Y que desde que era niña quería ser profesora. Y que lo logré a los veinticuatro años, a pesar de todo. Y que aprendí mecanografía. Y que fui la primera shipiba en manejar una computadora, y en saber lo que es una CPU y un mouse. Y que ahora soy la secretaria de Arte y Cultura. Y que soy miembro de Acushikolm, la Asociación de la Comunidad Urbana Shipibo-Konibo de Lima Metropolitana. Y que en nuestros tejidos tenemos tres tipos de diseño, de kené. Y que los aprendí de mi abuela Carmen. Y que ella, que ya no vive, también me enseñó a curar con ayahuasca. También le he contado que tengo otro hijo y cuatro nietos, tres mujercitas y un varoncito. Y que todos vivimos aquí, en Cantagallo, en dos casas pequeñas, una junto a la otra. El hombre me ha escuchado durante un buen rato. Parecía que le interesaba. Casi al final me ha preguntado mi edad. Y le he dicho que tengo cincuenta y cinco años. Después me ha tomado varias fotografías junto a la ventana, al lado de mis bordados. Me ha dicho que allí había una luz bonita. Después se ha ido recorrer nuestra pequeña comunidad para fotografiar las viejas pinturas de las paredes, y también el guacamayo y el tucán que sí hemos dejado pintar este año porque no asustan a los niños. 

Más tarde ha venido a despedirse. 

No sé si volverá. 

Espero que sí.


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