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EL PROYECTO #GAZANAMES REIVINDICA LA IDENTIDAD DE LAS VÍCTIMAS PALESTINAS. fOTOGRAFÍA: R. M. RIEBENBAUER

159. Muayed al-Araj, 4

El nombre importa. Le da identidad a una persona. La humaniza.

Publicado: 2014-07-30

El nombre importa. Le da identidad a una persona. La humaniza. En el momento en el que escribo esto, 1.262 palestinos de todas las edades han muerto por los ataques del ejército israelí en la Franja de Gaza. Dicha así, esa es solo una cifra, el dato para una estadística. Una manera posible de humanizar a las víctimas es nombrarlas, tratar de averiguar quiénes son, quiénes fueron. Desde la web freedom4palestine.org, creada por la organización Jewish Voice for Peace, han puesto en marcha el proyecto #GazaNames para lograrlo. La mecánica es sencilla: se puede escoger el nombre de una de las víctimas —Al Jazeera ofrece una lista (Naming the dead/Nombrando a los muertos) con los nombres, por ahora, de 627 palestinos y 34 israelíes—; tratar de averiguar lo más posible sobre ella; anotar su nombre, su edad y su procedencia en un papel; tomarse una fotografía con esa inscripción; subirla a la web; y compartirla en las redes sociales. Puede parecer un gesto superficial, una más de las acciones de protesta que llevamos a cabo sentados frente a nuestra computadora, seguros, alejados del peligro, un grito sin eco. Quizá. O no. 

Ayer, cuando me tropecé con esta campaña, le di clic al enlace de Al Jazeera y me topé con la larga lista de muertos. De una forma casi instintiva, busqué el nombre de un niño. La víctima 159 lo era. Otras muchas también —a estas alturas, más de 200 niños palestinos han sido asesinados—. Entonces tecleé en el buscador el nombre que acompañaba a esos tres números, confiando en que alguien lo hubiera escrito en alguna crónica periodística, en algún pie de foto. Y ahí estaba Muayed al-Araj. Tenía 4 años —no 3, como figuraba en la lista de Al Jazeera— cuando lo mató un bombardeo israelí. Estaba en su casa, en Jan Yunis, en el sur de la franja de Gaza. Era domingo, día 13 de julio. Seguí tecleando en el buscador y encontré lo que jamás hubiera deseado ver: la imagen de su padre sentado sobre las ruinas de su casa, con el cuerpo del pequeño Muayed envuelto en un lienzo blanco. En la fotografía, el rostro del niño se escapa del lienzo. Tiene los ojos cerrados, la frente cubierta por una gasa también blanca, y en su piel se leen las huellas de la metralla. 

El fotógrafo palestino Ibraheem Abu Mustafa capturó ese instante en el que el padre de Muayed acerca la mano derecha hacia la cara de su hijo, mientras sostiene el cuerpo con el brazo izquierdo. El padre dice algo, o grita, o simplemente deja escapar su llanto, mientras otro hombre se inclina ligeramente hacia él y le consuela. Ibraheem, un fotógrafo que trabaja para las agencias Reuters y Corbis, empezó a fotografiar hace ya una década, precisamente mientras el ejército israelí llevaba a cabo ataques en Jan Yunis. Entonces, en 2004, "había una enorme destrucción en la zona, provocada por los tanques israelíes, y yo tomé fotografías de algunos niños heridos sangrando", recuerda. Lo cierto es que, si lo piensa bien, su memoria fotográfica solo le devuelve imágenes de casas destruidas en Gaza. El día 13 tomó su Canon 5D y fotografió al padre de Muayed con su cadáver, y después capturó dos imágenes más durante el funeral: una, en la que cuatro mujeres se lamentan, mientras una de ellas —¿quizá su madre?— apoya la mejilla derecha sobre la izquierda del pequeño, con un gesto de dolor profundo; y otra más, en la que tres mujeres —una con dos bebés en brazos, la segunda con un niño de 7 u 8 años—, sentadas sobre una metarba, lloran. 

Esto es todo lo que encuentro sobre Muayed, el muerto. Nada sobre el vivo. Así que hoy solo sé que Muayed al-Araj no llegó a celebrar el final del Ramadán, que no gritará de alegría por el fin de esta masacre, ni por el desbloqueo de Gaza, ni por el desmantelamiento del Muro de la Vergüenza en Cisjordania, ni por la desarticulación de la red de checkpoints, ni por la muerte del apartheid que sufre su pueblo, ni tampoco será testigo de la salida definitiva de Israel de los territorios ocupados, y no verá Palestina convertida en un Estado con una dimensión y unas fronteras razonables, respetadas por su vecino, ni verá a árabes, judíos y cristianos convivir en paz, como hace cien años, el único camino posible. Todo eso no lo verá Muayed al-Araj porque una bomba lanzada por el ejército israelí lo mató. Aún así, Muayed existe, pervive. Por supuesto, entre quienes le lloran porque era suyo. Pero también en mí, porque el azar me llevó hasta aquella cifra: 159. Y porque ahora yo cambio esos números por su identidad, la que le da su nombre, y lo repito para no olvidarle: Muayed al-Araj, Muayed al-Araj, Muayed al-Araj, Muayed al-Araj, Muayed al-Araj, Muayed al-Araj, Muayed al-Araj, Muayed al-Araj, Muayed al-Araj, Muayed al-Araj, Muayed al-Araj, Muayed al-Araj, Muayed al-Araj, Muayed al-Araj, Muayed al-Araj, Muayed al-Araj, Muayed al-Araj, Muayed al-Araj, Muayed al-Araj, Muayed al-Araj, Muayed al-Araj, Muayed al-Araj...


Facebook: raul.riebenbauer

Escrito por

Raúl M. Riebenbauer

Soy periodista. Desde hace años, dedico una parte de mi trabajo a la recuperación de identidades perdidas y a luchar contra el olvido.


Publicado en

Mi pie izquierdo

Con el permiso de Jim Sheridan —a quien pido prestado el título—, aquí van historias de compromiso, superación, memoria y cotidianidad.