En un fundo a tres horas de La Merced vive un septuagenario de ojos azules. Esta es su historia y la historia de su abuelo, que llegó cargado de café hace 163 años desde una isla del mar Mediterráneo.
LAS MANOS, LOS OJOS


Estas son las manos de Damián García. Son fuertes, como él. Damián tiene un cuerpo magro y musculado. Camina rápido y seguro por la orografía agreste de su fundo, Monte Alba, en Kimiri San Juan, a tres horas a pie y unos cientos de metros más arriba de La Merced (750 msnm), en Chanchamayo. Resulta sorprendente su constitución y agilidad, porque tiene 76 años. Bueno, en realidad, tiene dos edades, confiesa. Esa, la real, y otra, la oficial, cuatro años menor. La razón: en 1936 sus padres no tenían recursos para viajar a Tarma, a 75 kilómetros, donde les correspondía asentar la partida de su nacimiento, así que dejaron pasar todo ese tiempo, cuatro años, hasta poder hacerlo. 

Algo más llama la atención en Damián: sus ojos claros, entre el gris y el azul. El color le viene de su abuelo materno, un italiano de Nápoles, en la isla de Sicilia. Se llamaba Giuseppe Gianuzzi, y fue —cuenta Damián, también Gianuzzi, de segundo apellido— quien introdujo el cultivo del café en La Merced, en 1850. De las 70 hectáreas de este fundo, ahora ya solo quedan unas tres o cuatro dedicadas a este cultivo, con diez variedades: Caracolillo, Borbón, Caturra, Catuaí, Catimor, Moka, Arábica, Liberia, Canephora, y Pache.

—Es que el café trae demasiado trabajo —aclara.

Él mismo se encarga de la recolección, despulpado, lavado, secado y tostado. Además cultiva maíz, piña, plátano, yuca, frejol de palo, kión, y algunas variedades de papa como la pituca blanca y la rosada. 

Eva quinchua (71) y su esposo damián garcía (76).


Damián vive en su paraíso particular junto a su mujer, Eva Quinchua, de 71 años, tan fuerte y amable como él, ella con ascendencia asháninka y yánesha. Les acompañan unos cuantos perros mansos, un pequeño mono huidizo de hocico blanco y cola larga al que llaman Chique, un loro hablador un poco gruñón, varias gallinas y algún gallo. 

Junto a la vivienda principal, hay una construcción rectangular sencilla, también de madera, con una cocina de leña, y una mesa y unos bancos recios en los que se sientan a comer, unas veces solos, y otras con alguno de sus seis hijos y sus nietos, cuando les visitan. Hoy han preparado un caldo de gallina y yuca sancochada. En esta caseta con techo de calamina siempre hay una pequeña botella de cristal con la esencia del café pasado. El líquido es oscuro y denso. Al acabar el almuerzo, Eva trae unas tazas, y vierte en ellas el agua caliente. La esencia, al gusto. Y ahí está: un café intenso y puro, directo de la tierra al paladar.


(Fotografía de portada Las manos de Damián: ©Natalyd Altamirano.)