El fin de semana pasado unos cientos de personas se reunieron en Lima para expresar su compromiso de no olvidar a las víctimas del conflicto armado interno. Así fue como se encontraron dos de ellas. 
Iris

El memorial El Ojo que Llora, Campo de Marte, distrito de Jesús María (Lima). Una ceremonia compartida entre víctimas y familiares de víctimas —víctimas al fin y al cabo— del conflicto interno del Perú, y ciudadanos anónimos. El conductor del acto, el yuyachkani Augusto Casafranca, pide a los asistentes que se unan y se coloquen alrededor del laberinto de cantos rodados que rodea la escultura del ojo siempre triste, alternativamente: una víctima o familiar, una no-víctima, una víctima o familiar, una no-víctima… Después, esa misma voz, invita a la víctima o familiar a compartir su historia con la persona que está a su derecha. Yo estoy a la derecha de una mujer a la que le tiembla la voz en cuanto se vuelve hacia mí y me mira. Lleva colgada del cuello la reproducción de una fotografía de una mujer, con un nombre. Escucho apenas en un susurro:

—Soy la hermana de Melissa Alfaro. Me llamo Iris. Ella era mi hermana menor. Tenía 23 años cuando la mataron. Fue con un sobre-bomba.

Y durante los minutos siguientes, casi no me atrevo a respirar. Iris lleva gafas y las lágrimas le corren inmediatamente por debajo de los cristales, sin rozarlos. Desnuda su tristeza, que es la de su familia, y me cuenta el drama de su hermana, una joven periodista del semanario Cambio a la que el terrorismo de Estado le quitó la vida en 1991. Después de más de dos décadas, dice, aún no hay justicia. Mientras escucho, Melissa me mira con sus enormes ojos desde la fotografía.

Al acabar, Iris me da un papel, en el que había escrito todo lo que me ha contado. En realidad es una carta. Una carta a un desconocido. El azar me ha convertido en su destinatario. Está escrita a mano, con lapicero azul liláceo, y tiene una impresión de una fotografía del rostro de su hermana, con esos grandes ojos que me siguen mirando.

—Gracias Iris, por compartirla —le digo, abrumado. Y le confieso que sí, que me importa lo que me cuenta, y que gracias a ella, y a sus hermanos, y a sus padres, y a otros muchos, Melissa no se desvanecerá en el olvido.

En ese momento, como el resto de asistentes, caminamos unidos hacia el centro de El Ojo que Llora, y depositamos un puñado de hojas de coca, pétalos de rosa, algunas galletas y dulces en una ceremonia colectiva de compromiso. Yo, en silencio, pido que se haga justicia. Cuando abro la boca, le deseo a Iris suerte en la lucha para que eso ocurra. Y le digo que creo firmemente en que es necesario, para que todo sane, y que quienes están dispuestos a olvidar lo hacen porque nunca les tocó el horror, porque ni su madre, ni su hermana, ni su hija fueron asesinadas o violadas.

Llega uno de sus hermanos, Alain, que también lleva colgada del cuello una fotografía de Melissa. Conversamos unos minutos más. Y, finalmente, nos separamos.

Poco después, conmocionado, sentado en un café de Pueblo Libre —estimulante siempre el nombre de este distrito—, leo:

"22 AÑOS BUSCANDO JUSTICIA PARA MELISSA

Melissa era mi hermanita menor.

Era hija de Norma y Fernando.

Hermana de Vivian, Alain, Igor e Iris.

Siempre fue una niña alegre, soñadora y solidaria.

Amiga y compañera de sus amigos.

La recuerdo siempre bailando y cantando, poniéndonos apodos cariñosos y haciendo apapachos a mis hermanos menores.

Su espíritu libre y curioso la llevó a estudiar periodismo.

¿Cómo ocurrieron los hechos?

Era la tarde del 10 de octubre de 1991, cuando Melissa regresó a su centro de trabajo, el semanario Cambio, recogió la correspondencia y subió a revisarla. Cuando de repente se escuchó un estruendo, todos sus compañeros subieron a ver qué pasaba y se encontraron con la terrible imagen de Melissa sin vida. Había detonado un sobre-bomba que le arrancó la vida de inmediato.

Tenía 23 años.

Como familia a lo largo de estos años hemos recorrido muchos caminos, hemos tocado muchas puertas y hemos pedido, demandado y exigido que el caso de Melissa sea esclarecido, se encuentre a los culpables materiales e intelectuales y sean juzgados y castigados.

Desde el año 91 se han hecho las denuncias correspondientes, luego del golpe de Estado y posteriormente la amnistía dada por Fujimori, no se pudo avanzar nada. Recién en el 2004 mi madre, Norma Méndez, con la ayuda de Aprodeh, pudo presentar la demanda ante el Poder Judicial. El 2009 se logró apresar a Víctor Penas, como el responsable de elaborar los sobres-bomba, y este año el Poder Judicial le ha concedido comparecencia por exceso de carcelería.

Fujimori y Montesinos siguen sin ser juzgados por el caso de Melissa.

Melissa sigue esperando JUSTICIA.

Su memoria nos da fuerza para seguir adelante.

NI OLVIDO, NI PERDÓN.

MELISSA, TU ESTRELLA NO DEJARÁ DE BRILLAR.

TE AMAMOS."